Andrés Zegada Moscoso.-
Quien no recuerda esa obra de celuloide que te trasladó a distantes reinos, donde el noble héroe levantaba la espada una última vez, tras un viaje de tribulaciones, saliendo triunfante ante las malignas intenciones del villano. El torbellino de emociones que fluía por la joven dama que, golpeada por los injustos azares de la vida, se sobreponía por su bondad y su astucia, encontrando la luz al final. Como olvidar los monstruos que se quedaban en la penumbra de las esquinas tras apagar el televisor o la sonrisas que se formaban al recordar esa jocosa escena. El cine, y el buen cine en especial, tiene esa capacidad. Pero… ¿Por eso se debería escribir sobre él
Hace un año más o menos asistí a una serie de talleres sobre crítica literaria impartidos por Gabriel Salinas. No tengo los términos exactos, porque su lenguaje era bastante rebuscado, pero recuerdo, con el perdón si lo saco de contexto, que el realizar una crítica es más que solo una reseña, más que enumerar un conjunto de atributos técnicos o narrativos. Una crítica es una conversación con la obra, es una obra en sí misma.
La producción cinematográfica en Bolivia es complicada. Creo que es en lo que más concuerdan los cineastas bolivianos. Los esfuerzos por producir algo decente son abismales, la competencia con la titánica industria del norte injusta, la preferencia del público desalentadora y las oportunidades de pago, bueno… Es confortador pensar que estamos realizando una obra nueva con cada análisis de esos trabajos que nos hacen sentir tanto y se sienten tan lejos de nuestras capacidades.
¿Entonces es cuestión de ego? Pues algo de eso debe tener. Qué es un trabajo sin algo de satisfacción personal. Claro, no es excusa suficiente para ponerse a escribir.
En septiembre, como parte del Festival Internacional de la Cultura, asistí a un conversatorio de algunos cineastas bolivianos reconocidos. Entre las preguntas que les realizaron una fue ¿Por qué creen que es importante hacer cine en Bolivia? De las respuestas compartidas una fue que el cine permitía formar y recordar nuestra historia. Estoy seguro que saben más del medio que yo, pero no puedo evitar sentir que es echarse muchas flores sobre sí mismo. Y aunque así fuera, algo que Ronald Barthes enseñó con La Muerte del autor es que no solo la historia no es escrita por los ganadores, pero los espectadores la interpretan como quieran.
En este sentido, las críticas que se formen aquí no tienen por objetivo armar una memoria colectiva, más aún, espero crear disenso sobre los significados, armar lentes para ver esas historias de formas que ni el autor se imaginaba.
Pero traje a colación el panel de la FIC por otra razón. En él (como en el taller de Salinas) había más asientos que cabezas. Yo, junto con un par de pelagatos, escuchábamos las charlas fingiendo que los organizadores no habían habilitado una sala de sesenta personas para seis. Sin embargo, esa gente sigue yendo.
Por eso se formó el cineclub El Cuarto Desordenado, para tener un espacio para esos pelagatos, para esa gente que; pudiendo hacer cualquier cosa, decide reunirse una tarde para ver y hablar sobre cine. Cuando nos juntamos con todos esas personas que han entrado, salido y se han quedado en el cineclub, nos une ese sentimiento de comunidad, que entre el ajetreo diario, la angustia existencial o la falta de un plan de vida, seguimos yendo.
Y por eso decidimos escribir. para alcanzar a esos otros pelagatos (o futuros pelagatos) que no se enteraron de los talleres y los paneles, que no se animaron a ir, que no querían ir solos, que no saben dónde empezar o, simplemente, buscan más de esos mundos lejanos, de esas emociones intensas, de esos monstruos ocultos en recovecos o esas carcajadas que te dejan pensando. Abierto para todos, pero visible, como decía el narrador de El Laberinto del Fauno, solo para aquel que sepa dónde mirar.
Y a lo mejor podamos armar disenso. A lo mejor podamos armar una conversación grupal con la obra. A lo mejor, en un futuro, no solo ver y hablar, pero producir películas. Para saciar nuestro ego, para armar memorias colectivas y para que alguien escriba una crítica sobre ellas.
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