El empresario minero Alfonso claros (Diego Bertie) hace una parada en Uyuni antes de su viaje a Paris. Recuerda cuando llegó por primera vez ahí en 1928, siendo un joven ambicioso que buscaba labrarse un nombre con el dinero de las minas. Pero pronto las oportunidades que pintan las montañas llenas de minerales se ven nubladas por los prejuicios y el vicio de la sociedad, en la última película del guionista y director boliviano, Antonio Eguino.
Una producción de altura: la primera impresión que se lleva uno como espectador es la escala de la producción de la película. Siendo de los filmes bolivianos más costos realizados hasta ese momento, Eugino utiliza su presupuesto para dar vida al Uyuni de principios del siglo veinte. Desde los trajes y los edificios, hasta las locomotoras, se logra una película de época a toda honra. Exceptuando uno que otro jump cut, la cámara de Eugino logra además captar con una alta calidad ambientes tan hostiles para un cineasta como las minas, el salar o las montañas de los andes . Pero no es algo gratis, los planos terminan teniendo una cobertura clásica, que por un lado apoyan el estilo de película de época, pero por el otro puede ser muy simples para el cinéfilo del 2020, acostumbrado a un montaje más intenso.
Una Sociedad fragmentada: Eugino brilla en su retrato de la sociedad boliviana, de su belleza, sus costumbres y su carisma, pero también de sus males. El racismo y clasismo se encuentran al frente y al centro en los diálogos de la película. Alfonso, sucrense blanco educado en Francia puede darse el lujo de entrar a una de las más importantes instituciones mineras sin tener experiencia, mientras que personajes como Genaro (Jorge Ortiz Sánchez), deben vagar por los márgenes del sistema buscando la mina milagrosa que lo lleve a la gloria. Pero tanto Alfonso como el resto de los personajes se contentan con culpar a la falta de fe de los andes antes que al sistema en el que se manejan.
Quemen a la bruja: de la misma forma, las mujeres de Los Andes no Creen en Dios están sometidas y segregadas. Mientras que los empresarios mineros pasean de los burdeles a las chicherías, las cholas y las chilenas son juzgadas con cada acción e inculpadas por los desfases que “hacen cometer” a sus pretendientes o clientes. Pero la cámara; al igual que en el caso del racismo, no toma partido, se mantiene distante y neutra. Sin embargo, la cobertura del montaje se inclina más hacia los hombres, con tomas de su dolor y las consecuencias de juntarse con esas mujeres fatales. Un ejemplo es la escena final en la que vemos al amante de Claudina (Carla Ortiz) en su máxima desdicha, mientras que de ella solo tenemos una línea de dialogo.
Un Alfonso no tan claro: Aunque las temáticas tocadas por Eguino son tan agudas como siempre, el guion no ayuda a transportarnos por la historia. La óptica de flashback con que inicia el filme nos deja en claro que la historia es de Alfonso, pero el personaje principal queda desdibujado mientras saltamos entre las vidas de los distintos personajes que habitan uyuni, sin alcanzar a sentirse como una película coral al estilo de Chuquiago (1977), debido a la importancia otorgada a Alfonso.
¿Tú qué piensas? ¿Viste Los Andes No creen en Dios? ¿Qué te pareció? ¿Te dio ganas de buscar una beta de mineral o necesitabas un chuflay para terminarla? ¡Déjanos tu comentario!
Comments