Como filmar lo esencial y lo trascendental
Francisco Varone, director y guionista de “Camino a La Paz”, se planteó una historia sobre lo trascendental. La fe, la predestinación, el camino de peregrinación, son temas que recubren su opera prima. Varone tenía la tarea de plasmar estos temas a través del lenguaje audiovisual. ¿Cómo lo hizo? Con una Road Movie y una banda sonora de rock setentero, por supuesto.
Camino a La Paz, sigue la historia de Sebastían, que por los designios del destino; o la tradición de los asados argentinos, compra una casa en la que funcionaba una remisería (Taxis que se pagan por kilómetro recorrido). No encontrando mejor idea para conseguir dinero, decide hacerse pasar por remisero.
Durante las jornadas de su nuevo trabajo se encuentra con Khalil, un anciano musulmán que le propondrá ser su chofer en su búsqueda de La Paz (Bolvia), donde se reunirá con su hermano para continuar su camino de peregrinación hasta la meca.
La premisa es sencilla: pareja dispareja, viaje en carretera, Rodrigo de la Serna (que ya nos había ofrecido una historia de viajes en Diarios de Motocicleta, 2004). Pero Varone lo ensalza todo con algo de teísmo, que impregna desde el color hasta la banda sonora.
Lo primario resalta en la Película. Varone opta por planos cerrados y cámara en mano; cuando no tenemos imágenes del hermos camino de Buenos Aires a La Paz, claro, pero aun estos brillan por captar esa magnífica sencillez de los páramos que se observan en carretera. Lo complejo se lo deja a las actuaciones de Rodrigo de la Serna y Ernesto Suárez, dinámica que sin duda mantiene toda la película.
El color apoya la dirección artística de Varone con una paleta de colores primarios. Rojos, amarillos y azules recubren la pantalla, con el inevitable verde de la vegetación, que es inteligentemente asociado con la espiritualidad musulmana.
El viaje en carretera tampoco es una decisión al azar, está íntimamente relacionado con el tema de la peregrinación. Nuestro santo, nuestro mártir remisero se encontrará con todo tipo de pruebas a su bondad en un intento de despojarse de lo material, guiándolo hacia la luz.
Esta pelea entre lo materia y lo espiritual se refleja también en la música, que es compuesta principalmente por la banda de rock cristiano Opus Dei y ritmos arábicos de artistas anónimos, marcando al mismo tiempo las actitudes opuestas de los protagonistas.
Pero este enfoque en búsqueda de lo esencial no le sale gratis al director. El montaje tiene que bancarse muchas escenas de encima que, debido a la estructura de la historia, no pueden omitirse del todo. Personajes y conflictos son presentados para luego ser removidos abruptamente por la edición, para que no interfieran con el arco central de los protagonistas.
Aclarar que estos cortes no son malos en sí. Permiten construir el ritmo de la película y nos dirigen a un final que no termina de satisfacer en el ámbito narrativo, refuerza el tema de la película, esta lucha por encontrar lo esencial. Cautivando así la atención del espectador a pasar de sus fallas, eligiendo abrir más preguntas que dar todas las respuestas, optando por actuaciones atrapantes en lugar de composiciones complejas y sacándole partido a un par de buenas rolas de Opus Dei.
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