Sugerencia de Sergio Arnez Llave. La última película del chileno Pablo Larraín es un festín visual, un paisaje urbano pintado con luces de neón y bailarines de reggaetón en el que Ema, la protagonista, traerá fuego y caos al orden establecido.
Aspectos a analizar
El teatro de la calle: La propuesta visual de Larraín saca la belleza de cada muro de concreto que presenta la ciudad, con planos abiertos que muestran la vida de las calles, y una cámara que sigue íntimamente a la protagonista. Todo envuelto en estilizados ritmos de reggaetón, difuminando la línea entre lo culto y lo de barrio.
No es para todo el mundo: La deslumbrante propuesta visual es empaquetada entre escenas puramente estéticas, que no avanzan la trama o desarrollan al personaje, entre cambios bruscos de tiempo y espacio entre escenas, entre ingentes cantidades de sexo explícito y con una narrativa enrevesada que; aunque efectiva, no es sencilla seguir. Aspectos que saturan al espectador.
Todo se quema: Ema (Mariana Di Girolamo) se releva contra todas las expectativas que se le imponen como mujer, madre, amante y artista. Abriendo así interrogantes que le toca al observador debatir. Pero esta búsqueda de incendiar todo lo establecido corre el riesgo de sentirse poco enfocado, con tantas temáticas tocadas no hay tiempo de profundizar en ninguna.
Tenemos que hablar de Ema: La protagonista es un catalizador andante, infundiendo curiosidad, miedo, dolor y deseo (Mucho deseo) a quienes se cruzan con ella. Pero sus propios deseos y motivaciones se desdibujan, la búsqueda de su hijo adoptivo Polo; que parece ser el enfoque principal de la trama en los primeros 10 minutos, termina siendo una excusa para enfrascarse en una odisea contestaría sin un fin claro. Y si no logramos entender sus motivos, no podemos empatizar con ellos
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