Dos hombres atrapados ante la ira del océano y encerrados con sus propios demonios. La segunda película de Robert Eggers envuelve con su ambientación angustiante, sus diálogos de otro siglo y las asombrosas actuaciones de Robert Pattinson y Willem Dafoe.
De Poe a Lovecraft: La película se nutre del terror de distintas épocas, desde El Cuervo de Edgar Alan Poe, pasando por el terror cósmico de H.P. Lovecraft, así como la mitología griega y relatos reales de marineros y faroleros. Todo guiado bajo la premisa de la búsqueda de conocimiento, de la obtención de lo prohibido, y el castigo a aquellos que lo intentan.
La lucha con la identidad: Los personajes principales son dos caras de una misma moneda, se odian y reniegan de aquello que ven reflejado en el otro. El Faro lleva esta situación al máximo, con un narrador poco confiable y una edición que te impide saber si han pasado días u horas, fundiendo a ambos en un espiral de locura, que puede a la vez entenderse como una metáfora del alcoholismo.
Dominación y sexualidad: El faro; única locación del film, se yergue como objeto fálico y su influencia se refleja en sus habitantes, que solo pueden interactuar a través de la dominación o la sumisión. La estética deja un trasfondo sexual retorcido, ejemplificado en la figura antinatural de la sirena.
Un ritmo de siglo XVII: La obra de Eggers se toma todo el tiempo del mundo para plantear su angustiante atmosfera, construyendo a sus personajes de forma progresiva, con graduales cambios en su agobiante rutina. Sumado al diálogo que parece sacado de un libro de terror gótico y un final que apuesta por lo simbólico, corre el riesgo de dejar a más de uno insatisfecho.
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