A unas cuadras de Disneylandia se encuentra “El Castillo Mágico”, un motel de mala muerte en el que familias rotas arman un hogar temporal en su camino a ningún lado. Moonee, una niña de seis años, pasa su verano jugando entre el marginal motel púrpura, asimilando sin restricciones las actitudes hostiles que ve mientras su joven madre intenta acumular plata para el alquiler, en esta conmovedora historia dirigida por Sean Baker.
Infancia sin filtros: la imagen inicial de la adorable Moonee (Brooklynn Price) y su amigo apoyados en la pared púrpura del motel es contrastada unos minutos después con la de ellos escupiendo a un auto e insultando a una señora. La infancia que El Proyecto Florida no tiene nada de romántica. Es cruda y grosera; es tierna y preocupante. Sin las normas asociadas a un ambiente infantil saludable, Moonee y sus amigos dejan soltar su malicia sin filtros, a la vez que quedan desprotegidos a los peligros de su entorno. La cámara de Baker nos pone al nivel de los niños, siguiéndolos como un espectador más, con travellings largos cargados con la emoción y curiosidad de la infancia. Esta misma técnica es usada en la segunda mitad del filme para meternos en los conflictos que se desencadenan por las decisiones de los protagonistas, dejando en claro que las acciones llevadas en la infancia pesan hasta la adultez.
La sombra de la inestabilidad: el tema de la inestabilidad permea toda la película. A pesar de los amigables y vibrantes colores pastel del Catillo Mágico, se deja claro en el primer acto que este es un lugar de paso con el padre de Dicky, que lleva su casa en el auto y tiene que regalar los juguetes de su hijo porque ya no queda espacio en la mudanza. Esta inestabilidad se traslada al lado económico también. Halley (Bria Vinaite), La madre de Moonee, está en constante riesgo ser echada del motel, ser arrestada o perder la custodia de su hija. Incluso Bobby (Willem Dafoe), el gerente del motel, es solo un empleado más que debe cuidarse las espaldas del dueño, al que le importa más la fachada del edificio que la condición en que viven sus inquilinos. Esta fachada de colores y atardecerse hermosos, choca con las esperanzas rotas en la que están sumidos los habitantes del motel, que no pueden más que sacar el dedo medio a los afortunados que pasean en helicóptero por sobre sus cabezas hacia Disneylandia, ignorantes de la realidad de las personas de abajo.
La familia en el Castillo mágico: en El Proyecto Florida no hay más que familias rotas. Cada inquilino hace lo que puede para sostener a sus hijos, viéndose obligado a confiar en los otros desdichados de los cuartos contiguos para su cuidado. Se arma así una macro familia en el mismo hotel: Bobby como el padre, que vela por la seguridad de los niños, comprensivo pero firme en las reglas que coloca en búsqueda de algo parecido al orden. La amistad entre Halley y Ashley; e incluso entre Halley y Moonee, se asemeja más a una relación de hermanas. La comunidad termina reemplazando esos lazos ausentes. Sin embargo no parecen ser suficiente. Las relaciones se van deteriorando ante las condiciones estructurales en la que están sometidos los protagonistas y las actitudes hostiles que han interiorizado solo empeoran las cosas. El final abrupto mantiene esta nota agridulce. Por un lado la esperanza de poder conservar un pequeño pedazo de inocencia, por el otro, la cruda realidad de que Disneylandia es solo una ilusión.
¿Tú qué piensas? ¿Has visto El Proyecto Florida? ¿Qué te pareció? ¿Ya no ves a los moteles de la misma forma? ¿Te dio ganas de hacer Twerking? ¡Déjanos tú comentario!
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