Andrés Zegada Moscoso
Mira al hombre de la foto de arriba. Su pose, su ropa, su entorno, la forma en que pide a alguien que vaya a una presentación suya. La imagen pinta un personaje complejo e interesante, sin embargo no lo vemos por más de unos minutos en El Gran Lebowski (1998) y tiene cero relevancia en la trama, pero su presencia es difícil de olvidar y en esos minutos se gana nuestro corazón. Como él, la película de los hermanos Cohen está repleta de personajes así, que entran y salen de la pantalla sin aportar al resultado de la aventura, pero dando una lección hilarante en cómo construir personajes secundarios increíbles.
La construcción de personajes memorables es un elemento presente en toda la filmografía de los Cohen, pero El Gran Lebowski es especial debido a la estructura de su historia. La aventura de “El Dude” es una comedia dentro una trama detectivesco, envuelto en una alfombra, que al ser orinada desencadena la búsqueda de la esposa de un multimillonario. La anterior frase es bastante descabellada, y es que la trama es casi una excusa para saltar de personaje en personaje, dando en cada escena un pantallazo del universo que comparten estos pintorescos sujetos.
¿Pero cómo hacen los Cohen para construir personajes tan únicos en tan poco tiempo? Lo primero es crear una entrada triunfal. Los personajes aparecen en formas estrafalarias y poco ortodoxas. Maude Lebowski volando por los aires o El Jesús bailando al ritmo de un cover español de Hotel California son algunos ejemplos. Estas entradas resaltan sin una pizca de timidez los elementos más distintivos de sus personajes, acentuados con su vestimenta y los ademanes marcados que le dan sus actores.
La cámara intensifica las presentaciones, con un lente abierto que deja ver el entorno, mostrando su habitad. Dejan de ser solo un personaje escrito en un guion para respirar y convivir con su entorno. Sí esto no fuera suficiente, los Cohen alejan la atención de la historia principal para que estos personajes se roben el protagonismo, dando detalles de sus vidas sin aportar mucho a la trama, pero secuestrando nuestra atención.
Una vez presentados, los personajes establecen inmediatamente una relación con el protagonista, relación que no está desconectada de su entorno, todo lo contrario, los personajes interaccionan en base a las reglas que el escenario crea. La presencia de Knox Harrington; el famoso artista de video, con su risa, su porte y su posición en el encuadre, marca un antagonismo para el protagonista. Por otro lado Donny, la tercera rueda del equipo de bolos del Dude, está contento con tener nula relevancia en el universo, hasta que su relación con el otro Lebowski termina matándolo.
Estos elementos: las presentaciones extravagantes, la desviación de la trama para mostrar personajes irrelevantes, el tenue hilo que los une en las manos de otro director podría significar un problema, pero los hermanos Cohen lo convierten en una virtud por su atención a los detalles y su destacada elección de casting, marcando un estilo que repiten constantemente en sus películas y que en El Gran Lebowski, convierte una absurda historia de secuestro en un clásico del cine moderno.
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